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Resumen en breves palabras de la Encíclica "Ecclesiae de Eucharistía"
  
ENCÍCLICA “ECCLESIA DE EUCARISTÍA”

LA RECIENTE ENCÍCLICA DE JUAN PABLO II SOBRE LA EUCARISTÍA
por Domingo Muñoz León
Profesor de la Facultad de Teología "San Dámaso" de Madrid

Un espléndido regalo ha hecho Juan Pablo II a la Iglesia en el 25 año de su Pontificado. El Pontífice ha escogido el Jueves Santo de este año 2003 para firmar la Encíclica sobre la Eucaristía. De esta manera se pone de relieve la conexión entre Eucaristía y misterio Pascual. La Encíclica tiene como primera frase “La Iglesia vive de la Eucaristía“ (Ecclesia de Eucharistia vivit). Es una frase programática que después se explica en el subtítutlo “Carta Encíclica sobre la Eucaristía en su relación con la Iglesia“. La Encíclica tiene una introducción, seis capítulos y una conclusión.

Introducción (nos. 1-10)
El Papa anticipa en esta Introducción casi todos los temas que después va a desarrollar. Recuerda la celebración en el Cenáculo de Jerusalén en el año 2000. Pone de relieve la relación de la Eucaristía en el misterio Pascual, es decir, con la Redención. La Eucaristía es un misterio de fe. Por ello la Iglesia tiene que contemplar el rostro eucarístico de Cristo y alimentarse del Pan de vida en el camino del tercer milenio. La Eucaristía ha sido siempre objeto de la enseñanza de la Iglesia. El Papa recuerda los documentos de los concilios y de los Pontífices que le han precedido. A la vez que desea presentar al mundo el valor de la Eucaristía, quiere también salir al paso de algunas prácticas que se han introducido y que ponen en riesgo la santidad de este Sacramento.

Misterio de fe (c. I: nos. 11-20)
Juan Pablo II recuerda los textos bíblicos (I Cor 11, 23 ss; Juan 13, 1; Lucas 22, 19-20; Mateo 26, 28; Marcos 14, 24) que indican el sentido de la institución de la Eucaristía como el don por excelencia y hacen referencia a la entrega de Jesús en la Cruz por la salvación de la humanidad. De ahí que la Eucaristía sea un sacrificio. El Papa remite a la doctrina del Concilio de Trento. También habla de la presencia real de Cristo en la Eucaristía y de la comunión que es la forma en que se recibe plenamente la eficacia salvífica del sacrificio. La Eucaristía es verdadero banquete en el cual Cristo se ofrece como alimento. Por la comunión de su Cuerpo y de su Sangre Cristo nos comunica también su Espíritu.

La Eucaristía es también prenda de vida eterna y a la vez estímulo para comprometerse con los deberes de la ciudadanía terrenal. El Pontífice recuerda que el cuarto evangelio en el lugar en el que los sinópticos narran el relato de la Eucaristía, ha puesto el relato del lavatorio de los pies en el cual Jesús hace de maestro de comunión y servicio.

La Eucaristía edifica la Iglesia (c. II: nos. 21-25)
Juan Pablo II recuerda la doctrina del Vaticano II de que cuantas veces se celebra en el altar el sacrificio de la Cruz se realiza la obra de la redención. El sacramento del pan eucarístico significa y al mismo tiempo realiza la unidad de los creyentes que forman un solo cuerpo en Cristo. La incorporación a Cristo que tiene lugar por el Bautismo, se renueva y se consolida continuamente con la participación en el sacrificio eucarístico. La Eucaristía tiene una fuerza unificadora y constructora del Cuerpo de Cristo como lo ha expuesto San Pablo (I Cor 10, 16-17). La Eucaristía es fuente de fraternidad y de unidad.

Finalmente en este capítulo el Pontífice pone de relieve que el culto que se da a la Eucaristía fuera de la Misa está estrechamente unido a la celebración del sacrificio eucarístico y ponder el valor inestimable de este culto y los fruots de santidad que de él se derivan.

Apostolicidad de la Eucaristía y de la Iglesia (c. III: nos. 26-33)
Juan Pablo II indica que la Eucaristía es apostólica porque Cristo la confió a los apóstoles y porque solamente el sacerdote ordenado es quien realiza como representante de Cristo el sacrificio eucarístico y lo ofrece en nombre de todo el pueblo. El Pontífice recuerda que los fieles participan en la celebración de la Eucaristía en virtud de su sacerdocio real, pero el sacerdote lo hace „in persona Christi“ (en la persona de Cristo) que quiere decir en la identificación específica, sacramental con el „Sumo y eterno Sacerdote“. A propósito de esto Juan Pablo II hace una serie de precisiones sobre los límites de la participación sacramental en el ámbito de la actividad ecuménica y sobre las situaciones de las comunidades que no tienen sacerdote insistiendo en la recomendación de pedir al Señor que envíe vocaciones sacerdotales.

Eucaristía y comunión eclesial (c. IV: nos. 34-46)
Este capítulo se centra en la dimensión de la Iglesia como comunión según destacó fuertemente el Concilio Vaticano II.

La idea fundamental es que la Eucaristía como culminación de todos los sacramentos lleva a su perfección la comunión con Dios Padre, mediante la identificación con Dios-Hijo por obra del Espíritu Santo. La comunión supone la vida de la gracia. De ahí que la Iglesia considera que el fiel que está en pecado grave no puede participar en el Sacramento si no precede la confesión de los pecados mortales. Además, la Eucaristía, siendo la suprema manifestación de la comunión, exige que se celebre en un contexto de integridad de los vínculos, incluso externos, de comunión. A este propósito recuerda las diversas dimensiones de esa comunión con el Obispo y con el Romano Pontífice. Una particular importancia concede la Iglesia a la celebración del domingo, como Día del Señor.

También se indican las implicaciones de esta doctrina en el compromiso ecuménico y se especifican las condiciones en que un católico puede participar en la celebración de otras confesiones cristianas o los miembros de esas confesiones en las celebraciones de la Iglesia Católica.

Decoro de la celebración eucarística (c. V: nos. 47-52)

El capítulo comienza recordando el episodio de la unción de Betania relacionándolo con el misterio Pascual (la sepultura de Jesús). Asimismo se recuerda la solemnidad con que Jesús quiso que estuviera rodeada la Institución de la Eucaristía en el Cenáculo. Todo ello expresa el don inconmensurable de la Eucaristía. El banquete de la Eucaristía es un banquete sacrificial, un banquete sagrado en el que en medio de la sencillez de los signos está presente el abismo de la santidad de Dios. La Iglesia ha tenido siempre especial interés en procurar la dignidad de la celebración eucarística y de los lugares y objetos de culto. De ahí ha nacido el tesoro de las catedrales y basílicas, y de los lugares de culto tanto en Occidente y Oriente como en los pueblos de reciente implantación del cristianismo.

El Papa denuncia los abusos surgidos en ciertas regiones en torno a la forma de celebración y exhorta al cumplimiento de las normas litúrgicas para así poner de relieve que la liturgia nunca es propiedad privada de alguien, ni del celebrante ni de la Comunidad en que se celebran los misterios.

En la escuela de María, mujer „eucarística“ (c. VI: nos. 53-58)
Juan Pablo II recuerda que ha incluido la Institución de la Eucaristía entre los misterios de Luz del Rosario. La Virgen tiene una relación profunda con la Eucaristía. Ella está presente en la Comunidad primitiva que celebra la fracción del Pan (Hch 1, 14; 2, 42).
Por la relación entre Encarnación y Eucaristía, la Virgen entra de lleno en este misterio. Su “Fiat“ en la Anunciación es un acto de fe que la introduce en el Misterio de la fe antes de que la Eucaristía fuese instituida.

En la Anunciación, en la Visitación y en el Nacimiento de Jesús ella es modelo de amor en el que ha de inspirarse cada comunión eucarística. Durante toda su vida María hizo suya la dimensión sacrificial de la Eucaristía. Juan Pablo II recuerda la Presentación de Jesús en el Templo y sobre todo la unión de María con su Hijo en la Pasión. Después de Pascua para María recibir a Jesús en la Eucaristía es como acoger de nuevo en su seno el corazón que había latido al unísono con el suyo y revivir lo que había experimentado en primera persona al pie de la Cruz.
El Magníficat de María es un canto de acción de gracias ques e puede profundizar en perspectiva eucarística.

Conclusión (nos. 59-62)
El Papa abre su corazón emocionado al recordar sus cincuenta y seis años de Sacerdocio y de vida eucarística y da gracias al Señor por este don. A la vez hace un acto de fe profunda en la Eucaristía y afirma que toda la vida de la Iglesia ha de sacar del Misterio eucarístico la fuerza necesaria para la evangelización y se ha de ordenar a él como a su culmen.
Exhorta a vivir el misterio de su integridad y reitera que el renovado compromiso ecuménico debe respetar las exigencias que se derivan de ser Sacramento de comunión en la fe y en la jerarquía apostólica.

Los Santos han sido los grandes intérpretes de la piedad Eucarística. El Papa termina haciendo suyos los sentimientos de Santo Tomás de Aquino en un himno de la fiesta del Corpus: „Buen Pastor, pan verdadero, oh Jesús, ten piedad de nosotros, nútrenos y defiéndenos, llévanos a los bienes eternos en la tierra de los vivos“.

Una encíclica en el camino de la Iglesia al comienzo del Tercer Milenio
La síntesis que acabamos de hacer de la Encíclica es suficiente para comprender que estamos ante un Documento fundamental. Las dos palabras Eucaristía e Iglesia nos llevan al corazón mismo de la vida cristiana. El marco de su publicación, el Jueves Santo, y la referencia continua al Misterio Pascual ponen de relieve la dimensión cristológica y trinitaria: Cristo en su sacrificio redentor sigue siendo la fuente de la vida de la iglesia. La Eucaristía lleva al cristiano hasta el seno mismo de la Trinidad. La Eucaristía es el culto del nuevo Testamento. El Pontífice destaca a lo largo de todo el escrito la triple dimensión del Misterio: sacrificio, comunión y presencia real. La adoración al Santísimo fuera de la Misa aparece como prolongación de la celebración del misterio eucarístico y como fuente de santidad. Tambiéns e habla de „Liturgia cósmica“ en la celebración eucarística.

La noción central de comunión y de Cuerpo de Cristo hacen comprender que la Iglesia vive de la Eucaristía. Las notas de la Iglesia como Una, Santa y Apostólica tienen su implicación en el compromiso ecuménico.

La Encíclica sale al paso también de algunas corrientes que pueden desvirtuar la naturaleza de este sacramento. El Papa insiste en que la Eucaristía celebrada por los sacerdotes ordenados es un don que supera radicalmente la potestad de la Asamblea. Al mismo tiempo se subraya la idea de que la santidad del misterio requiere el decoro de la celebración. Esto vale especialmente de la necesidad de comulgar en estado de gracia. Asimismo se recuerda que la condición de convite fraternal presente en la Eucaristía tiene que vivirse en el contexto de un banquete sacrificial marcado por la sangre derramada en el Gólgota, en otras palabras, que el banquete eucarístico es verdaderamente un banquete sagrado.

Esta breve presentación de la Encíclica no pretende suplir sino más bien invitar a la lectura directa de este Documento en el que palpita la emoción de Juan Pablo II ante el don inconmensurable de la Eucaristía.

(Revista La Lámpara del Santuario nº 7 – abril-junio 2003)




© 1993-2009 José Luís Elizalde